Cuando alguien tiene una vida llena de rutina, de repetir tareas una y otra vez… desde fuera, no suele parecer una vida emocionante, ni un ejemplo a seguir.
Eso de que cada semana se repita un poco lo mismo, suena a trabajo en una oficina de cubículos de 1970.
Desde luego, la rutina no parece que tenga cabida en el día a día de un emprendedor/a audaz.
Ya he hablado en alguna ocasión de lo sobrevalorado que está lo de dar pelotazos.
Primero, porque detrás de un supuesto pelotazo, muchas veces hay años de trabajo y de comerse el tarro.
El éxito nunca es de repente.
Y, por otro lado, queda mucho mejor cuando se cuenta la historia DESPUÉS a la que, normalmente, se acompaña de tintes épicos.
Un proyecto o un negocio que se monta poco a poco, que se construye con el tiempo, con intención, trabajando en una visión y en crear un impacto valioso… bueno, no es muy sexy.
Si eso, cuéntame esa historia, cuando des algún tipo de “pelotazo”.
Mientras construyes, no tiene interés.
Pero claro, la construcción requiere de cierta consistencia durante un periodo de tiempo.
Y sí, voy a decirlo: la construcción de un proyecto valioso requiere de cierto estado de aburrimiento.
Aunque, mejor, explico bien a qué me refiero por aburrimiento…
Cuando estás creando algo, la parte de idear ese “algo” es muy emocionante.
Sea pensar cómo va a ser tu nueva cocina, o qué forma tendrá la tarta de cumpleaños que quieres hacerle a tu hijo, es fácil emocionarse con todas las posibilidades y resultados.
A mí me encanta vivir en el mundo de las ideas. Si tú sueles meterte en proyectos y eres una persona activa, estoy segura de que también.
Es más, puede que hasta te emociones contándoselo a tu entorno, que vas a hacer tal cosa, y que la a molar un montón.
Te adelantas, porque en el mundo de las ideas, es fácil fliparse y venirse arriba.
Pero aaaaayyy, amigooo ay cuando toca ponerse en modo ejecución.
Lo que viene a ser hacer tangible la cosa en sí.
Ahí, a la peña idealista y, sobre todo, a la gente iniciadora (me incluyo), se nos complica.
Se nos hace cuesta arriba, nos cuesta meterle dedicación a eso de poner un ladrillo tras otro, día sí día también.
Y, sí, vamos a reconocerlo: la ejecución no es tan sexy, no tiene esa parte épica, no incluye esa capa de leyenda.
No se cuenta “se me cayó el sistema y estuve trabajando 5 horas para recuperarlo” (lo cual, es bastante épico)
Se cuenta “saque el producto a la venta y facturé 300.000 en 3 minutos”.
Hay muchas tareas (la mayoría) que no traen consigo un resultado directo, un final feliz en el que alguien come perdices.
Muchos momentos, días, incluso semanas enteras con sabor a trufa.
De levantarte a la misma hora, hacer las mismas cosas, en el mismo orden.
De que todo el rato es lo mismo.
De mucho aburrimiento.
El “aburrimiento”, da mucho foco
Aquí lo pongo entre comillas porque creo que se confunde aburrimiento, con constancia.
Una habilidad poco valorada en los tiempos de la recompensa instantánea.
La constancia requiere de estructura, de objetivos claros, de mucha intención en las acciones que se toman.
Por eso es básica para construir algo que valga la pena.
Pero la constancia ni es el principal ingrediente de las historias legendarias, ni es emocionante, ni es lo que llama a emprender un proyecto.
Lo que llama, es el pelotazo, la emoción, los golpes de suerte.
¿Eso quiere decir que emprender tiene que ser soporífero?
Claro que no.
De hecho, no lo es.
Pero eso te lo cuento más abajo…
El caso es que, para construir algo sólido, necesitamos de cierta estructura para funcionar (seas solo tú, o tengas un equipo, da igual). Por eso, no es casualidad que, en mis Mentorías, mi principal papel sea darle estructura a la gente.
Y es justo esa estructura la que da el foco que se necesita para llegar a donde queremos.
El tipo de foco con el que se avanza.
Así que, para darle forma a esa estructura, necesitamos de 3 cosas:
– Evaluación de objetivos
– Claridad mental
– Rutina consistente
Vamos un poco más al detalle:
Evaluación de objetivos: valorar si de verdad los temas en los que inviertes energía en tu día a día son objetivos tuyos o son de esas cosas impuestas desde el exterior que “deben hacerse”. Si es algo que te produce nervios de emoción, bien. Si non nervios ansiosos, échale un vistazo
Claridad mental: conozco muchísima gente que, después de una dura semana de trabajo, se pasa de viernes a sábado bebiendo, comienzo pizza y cheetos y atiborrandose a contenido vacío en redes. “Porque se lo merecen”.
La Nube Mental que producen esos hábitos, dura hasta el miércoles como poco… y vuelta a empezar. Mucha gente no la percibe, porque es “su estado normal”. Pero cuando se crean hábitos saludables y se mantienen día a día del mundo se ve de otro color (no me refiero a vivir en modo monje, siempre está bien que haya día excepcionales, pero otro tema es vivir en la excepción). El foco depende muchísimo de esta nube. Lo digo por experiencia propia
Rutina consistente: una vez tenemos objetivos propios y un estado mental enfocado en ellos, necesitamos hacer tiempo para construir. Aquí es donde entra esa rutina que da la constancia. De nada vale todo lo anterior si me dedico a ese proyecto “cuanto encuentro motivación” o “cuando tenga un rato”. Not happening.
Cuando la rutina se vuelve emocionante
La ventaja de tener esa estructura anterior (objetivos-claridad-rutina) es que, todo eso, es flexible y, mejor aún, se puede hacer portátil.
¿Sabes todo ese rollo del “Knowmada digital”? Todo eso está muy bien, pero si te vas a Bali a pasarlo bien, sin estructura, sin unas rutinas, y solo te vas con una lista de tareas, se complica la construcción de algo.
Lo que pasa es que irse a Bali a vivir aventuras, es la parte emocionante que se ve desde fuera.
Es como quien tiene mogollón de inseguridades y empieza “su cambio de vida” renovando su armario.
Eso es solo lo superficial.
Pero si tú te vas a Bali (o al pueblo a ver a tu abuela, o a donde sea) cuando ya tienes los objetivos propios, los hábitos que te ayudan con la claridad mental, y esa rutina que puedes adaptar a cualquier escenario… Ahí ya la cosa sí se vuelve bastante épica.
Lo que pasa es que, normalmente, la estructura se crea en el “aburrimiento” de tu rutina y, luego, la exportas, porque ya la has hecho tuya.
A mí me llevó un año crear mi estructura portátil de trabajo, deporte, descanso y hábitos en general.
Pero sigue siendo una rutina. Flexible, sí, pero hay unos básicos con los que sigo cumpliendo.
Si no los siguiese, nada se construiría.
Haría las cosas según me apetece o no, o si veo que “tengo tiempo” o no.
De la misma forma que por la noche no me cuestiono si me voy a lavar los dientes o no, esta rutina flexible que he creado porque me hace bien a mí, tampoco la cuestiono.
La sigo, y eso hace que me sienta alineada cada día y que cumpla con lo que me he propuesto.
Esté en casa o en Kuala Lumpur.
Es esa estructura la que me permite dedicarle tiempo a lo que para mí es importante.
Sino, pasarían los días y los años, y yo me preguntaría cada día por qué no avanzo, por qué siempre estoy tan dispersa, o a dónde se ha ido el tiempo.
Porque, algo revelador que he descubierto, es que esa rutina, esa estructura, lejos de ser rígida, es lo más liberador del mundo.
Me centra y me quita espacio mental de repensar pequeñas decisiones cada día.
¿Voy al gym hoy o no? ¿Hago esta acción de venta hoy o no? ¿Me lavo los dientes hoy o no?
No me lo cuestiono, porque para mí tiene todo el sentido, lo hago con intención.
He conseguido llegar a la parte “épica” porque primero acepté pasar por el “aburrimiento” de construir algo alineado a mis objetivos (emocionantes) y de crear una rutina que me da el espacio para construirlo.
Como se suele decir… el resto, es historia.
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