Alguna gente lo llama “propósito”.
Otra, “north star”
Y, otra gente, “el porqué”.
Todo es lo mismo en realidad.
Es qué es eso que te mueve a hacer cosas.
Y es algo que no es nada fácil de detectar, ni de ponerle palabras.
Aunque, de una forma u otra, está ahí.
Solo que un poco escondido.
Personalmente, creo que es algo que tiene 3 características:
Es un lugar desde el que aportas y que te aporta
Tiene bastante de “dejar un legado”, de contribuir
Cuando haces algo relacionado con ello, entras en el estado de flow
Ya, te dije que no era fácil.
Parece mentira, pero así es.
Por eso tanta gente (entre la que me incluyo) pasa tanto tiempo sin tener nada claro este tema.
Lo que sucede es que, si no eres tú quien marca tu rumbo, va a ser la sociedad la que te dé un trabajo que hacer.
Porque, de eso, sí que hay de sobra.
Si no te mueves con tu motor, no te preocupes que en algún momento alguien te va a colocar el suyo (tu familia, entorno, centro educativo… pick your poison)
Claramente, en esta vorágine actual en la que se nos ha metido, en la que no se nos permite parar, no hay muchos espacios para “pensar” cuáles quiero que sean mis próximos pasos, porque “tienen sentido para mí”.
Está súper establecida esta idea de que, si paras, el mundo va a arrasarte.
Así que, mejor será que sigas avanzando, hacia donde sea, así lleves años haciendo círculos o avanzando a trompicones.
El tema es estar en movimiento.
O que parezca que lo estás.
Qué conveniente para el sistema ????
Con esto, no digo que para empezar a construir algo, lo que sea, haya que tener ANTES un propósito clarísimo.
Especialmente un negocio.
Si quieres montarte una empresa, lo prioritario es hacer dinero lo antes posible.
Sino, mueres antes de nacer.
Que haya un sentido detrás, sí, por supuesto.
Que responda a necesidades y aporte valor a la gente, también.
Pero el mega propósito profundo y filosófico, el “a dónde quiero ir yo” es algo que puede construirse con el tiempo.
Y, esto, ¿cómo se hace?
Porque seguir el rumbo propio no es fácil
Si hay algo que te mueve, debería ser facilísimo ponerse en marcha con ello… ¿no?
Pues se ve que no.
Porque, todo esto requiere de reflexión y espíritu crítico.
Con el entorno y con uno/a mismo/a.
Pero, ya sabes: si te paras, pierdes.
Vamos como pollos sin cabeza y, en ese contexto, difícilmente encuentras el espacio mental y la honestidad para hacerte (y reponderte) preguntas incómodas tipo… ¿pero a ti qué es lo que te mueve de verdad? ¿Dónde quieres aportar?
Además de toda la presión social (eso, lo dejamos para otro FalconNews), seguir el rumbo “de verdad”, requiere de renuncia.
Por ejemplo…
Renuncia a la estabilidad y certeza, cuando emprendes.
Renuncia a que tu entorno te valide, cuando dejas el trabajo.
Renuncia a que tu abuela te bendiga, cuando dices que no quieres hijos.
Renuncia a horas de sueño, cuando sí los quieres.
Renuncias.
Sé que es una palabra que tiene muchas connotaciones negativas. Sobre todo porque vivimos en un momento en el que lo queremos todo a la vez, hasta las cosas incompatibles.
La verdad incómoda: todos los rumbos, cualquiera que elijas, requiere de dejar algo fuera del plato.
Para mí, renunciar es liberador.
Porque si pongo lo que gano (o potencialmente podría ganar) al lado de lo que renuncio… ufff… lo que gano se convierte mi turbo motor a propulsión nuclear.
En mi porqué.
Pienso que pierdo estabilidad si trabajo por cuenta propia, pero luego valoro cómo gano en libertad creativa y todo tiene sentido.
A mucha gente le funciona tener una “antivisión” para encontrar su motivación.
Por ejemplo, la mía es tener un jefe que me obligue ir a una oficina gris en un horario cerrado.
Tengo tantas ideas en ebullición en mi cabeza, que usar mi tiempo para las ideas de otra persona está en mi TOP3 de peores pesadillas junto con que se me pinche una rueda del coche, y quedarme sin chocolate en casa.
Si tienes una antivisión, tienes clara tu renuncia.
La renuncia tiene tan mala fama que, cuando tienes un mal día, en el que dudas de todo, piensas en eso que dejas fuera y se te cae el mundo encima.
Y, por eso también, es TAN importante, saber de forma clara y nítida precisamente POR QUÉ te metiste en ese jardín en un primer lugar.
Por qué decidiste que tus pasos fuesen tras eso que te mueve.
Lo dicho, llámale propósito, ikigai o whatever.
Yo le llamo motor, porque es literalmente lo que me mueve en modo turbo.
Ahí, más te vale tener claro ese por qué y grabártelo a fuego.
Si te paras, no pierdes. Ni te quedas atrás.
Ganas impulso.
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