Este verano tengo un par de proyectos propios que sacar adelante.
Como es mi temporada baja de trabajo, se me junta con que dejé expresamente para estas fechas arreglar algunos rotos y parches tanto de la web como de mi funnel.
O se hace ahora, o hasta el verano que viene.
Y, ¿qué es lo que sucede según pasan los días?
Pospongo esos proyectos.
Prefiero revisar la contabilidad… Te lo digo.
Son proyectos que me motivan, que me obligarán a aprender un montón de cosas (bueno, más bien, serán la excusa para aprenderlas) pero me abruma el tamaño.
O lo que yo pienso que es el tamaño, desde fuera, sin todavía haber abierto ni una ventanita.
Ni asomado el hocico.
El problema de todo esto, tosa esa raíz de sentirse abrumada y, como consecuencia, bloqueada y posponiendo, es que no pienso en lo que me motiva CREAR el proyecto en sí.
Sino que me pillo a mí misma pensando en el resultado.
En el momento de acabar.
En cómo será.
Lo cual, no solo tiene la parte de que aún queda mucho para eso (básicamente, es el final del proceso, el punto más lejano), sino que también empiezo a fijarme, artificialmente, unos estándares que “tiene que cumplir” ese final.
Ese resultado.
Con esto claro, la solución parecería sencilla: pasa por centrarse en el proceso y dejar (de momento) a un lado el resultado y lo que espero de él.
Pero, por otro, también me he dado cuenta de que igual tengo que aflojarle un poco a la estrategia.
“Pero Marta, ¿tú no te dedicas precisamente a la estrategia?”
Deja que te explique…
Cuando el caballo es grande… y además tiene sentimientos
Claro, estamos hablando de proyectos que se nos hacen bola por su magnitud.
O por la magnitud que LE DAMOS.
O por la que parece desde fuera sin haber empezado.
Pero no solo son grandes por su extensión, sino también por la carga emocional que le ponemos.
Si tienes que ponerte al día con tus impuestos, sí se te hace bola, seguramente te lleve bastante rato hacerlo, haya muchas tareítas de las que ocuparse… pero ahí no hay carga emocional.
Lo haces y punto.
Sin embargo, en un proyecto que te propones porque te motiva, porque te hace ilusión y porque le ves potencial… aaaaaamiiiiigoooo… ahí ya te montas tu propio microteatro.
Quiero que salga perfecto.
Tengo que dar la talla.
Busco demostrar/demostrarme.
Y así sucesivamente.
Le pones carga.
Todxs lo hacemos (o la mayoría).
En estos casos concretos, donde la ilusión juega un papel tan importante que llega a presionarte, es donde creo que hay que quitarle peso a la entrategia.
Me explico con un ejemplo:
Mi canal de Youtube fue creado para captar personas que quisiesen comprar mis mentorías.
No hay más secreto.
El objetivo estratégico, estaba claro.
Al principio, todo iba muy fluido, no me rayaba nada para grabar vídeos.
Lo hacía y ya.
Como los impuestos.
Pero, con el tiempo, esto de hacer vídeos, empezó a gustarme mucho.
Volví a conectar con habilidades de esas que tienes de niña y que, al meterte en la universidad y, luego, en el mercado laboral, me despedí de ellas. Pero ahí, volvieron a despertar.
Ahí le inyecté la carga emocional que antes no tenía.
Empezó a hacerme ilusión, empecé a consumir mucho Youtube (más si cabe) y las ideas me salían a borbotones.
Tantas posibilidades, todo se me hacía tan grande y estaba tan abrumada, que me bloqueé.
Todavía me pasa, con este tema me bloqueo periódicamente.
El caso es que detecté qué c*ño pasa en esos momentos en el que mi cerebro gripa.
Y pasa justo eso: se mezcla la ilusión y el cúmulo de posibilidades con la estrategia rígida.
Es decir, pienso en un vídeo que puedo hacer, de un tema que me mueve, y empiezo a rayarme tanto con el vídeo que quiero conseguir, con todo lo que quiero contar, con cómo quiero grabarlo y qué efectos le pondré… que es demasié.
Es un centrifugado cerebral tan heavy que se me saltan los rodamientos.
Por eso, he llegado a esta conclusión:
Si tengo un proyecto por delante que me hace muchísima ilusión, me motiva a saco, tiene gran parte creativa y que soy una fuente abierta de ideas y posibilidades… si además me pongo a pensar en cómo quiero que sea el resultado y qué efecto quiero conseguir en la gente… gripo.
No sé si solo me pasa a mí, pero me pasa mucho.
Volviendo al ejemplo de Youtube, yo lo veo en las métricas: hay vídeos creados que están súper estudiados y han funcionado, pero sin sobresalir y vídeos como el de síndrome de la impostora, que grabé porque me apetecía hablar del tema porque había investigado mogollón y lo petó.
Pero lo petó, no porque tenga muchas views (que también) sino porque ya me han contratado varias veces en distintos foros para que dé charlas sobre el tema.
Yo, que no puedo sentirme más impostora por hablar del síndrome de la impostora.
Bueno, ese es otro tema.
El resumen es que hacer cosas que me nazcan en el momento, con menos estrategia, en ocasiones tiene todo el sentido.
Es una actitud de “ahí voy, a ver qué pasa”.
No digo siempre, porque la estrategia debe estar en el negocio o, al menos en mi opinión, un proyecto con el que se pretende conseguir algo, debe tener un mínimo de pensada.
Pero si es algo grande, creativo, e ilusionante… no pasa nada por dejarla a un lado, por lo menos al principio.
Esa fase exploratoria inicial, debe ser libre, genuina y, jolin… ¡divertida y motivante!
No paralizadora y castrante.
Cuando esté a medio camino, cuando coja forma, y cuando tenga que tomar decisiones importantes, ya le volveré a dar una pensada a la estrategia.
Mientras no, porque me bloqueo.
Si me bloqueo y no arranco, y si no arranco… pues ni proyecto, ni proyecta.
¿Estás en los inicios de algún proyecto creativo?
Pues que fluya, que fluya…
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