Por qué tardé 2 años en superar el Burnout

El momento exacto en el que pasó, fue abriendo un mail.

Uno normal, como tantos otros.

Era abril de 2021, y de verdad que noté como mi cerebro entró en implosión.

Llevaba unos meses bastante jod…..ida, mal de salud, con mucho agobio y con ganas de meterme debajo de una piedra.

Abrí el susodicho mail, y te prometo que no entendí nada.

Volví a leerlo.

Nada.

Una vez más.

Me aseguré de que no estuviese escrito en otro idioma.

No lo estaba. Era español de Cervantes.

Simplemente, mi cerebro se había freído. No respondía, no podía más.

 

Ese día decidí parar por un tiempo indefinido, porque había llegado a un tope, sin saber cómo había pasado.

A partir de ahí, el tiempo de recuperación (que duró unos 2 años) podemos dividirlo en 2 partes.

PARTE 1: la recuperación física y mental de la movida, volver a ser una adulta funcional con las analíticas en orden

PARTE 2: la recuperación más emocional y, sí, aquí es donde descubrí nuevos problemas que pusieron todo aún más cuesta arriba

Fue en esta parte 2 en la que más me demoré, la más difícil para mí.

La razón es que, en estos últimos 12 meses, tuve que hacer un duelo.

 

 

Las despedidas nunca son fáciles. Y esta menos todavía

 

¿Quién se había muerto? Te estarás preguntando.

Pues, sin querer ponerme yo muy mística, lo que se había ido era mi anterior identidad.

¿Y qué problema es ese? Pues que yo estaba ahí, aferrada a esa “otra Marta” sin querer dejarla ir. 

Porque era a lo que estaba acostumbrada. Ella tenía todas las características que la sociedad, la educación y la cultura se habían empeñado en inocular en ella.

Ser políticamente correcta, seguir las reglas marcadas, complaciente,… todo ese rollo.

Era cómodo, conocido. Fácil. Recompensado.

Ya no me servía nada de eso y, a la vez, me costaba muchísimo dejarlo ir.

Claro, en esa negación, lo nuevo, no podría entrar.

Y yo soy mucho de la opinión de que, para que entren cosas nuevas en casa, hay que limpiar y hacer sitio antes para dejarles espacio.

Así que, ahí empezó el duelo. La despedida a la persona que había sido por muchos años, pero no que no iba a volver a ser nunca más.

Como cuando te mudas y vas a despedirte de esa vecina que te ha echado una mano siempre, pero sabes que no vas a volver a ver.

Siempre he pensado que todas las barreras que nos tocan a la identidad, son de las más difíciles de superar.

Como ponernos precio, o presentarnos al mundo o cambiar de profesión.

Incluso para lo negativo: no hacer deporte porque en mi identidad está que soy una vaga.

 

Pero vaya, que esos pasos de salir y decir “esta soy yo”, cuestan. Por todo ese camión de mierdecitas que traes de distintos lugares, experiencias y personas.

Por eso nos aferramos a esos rasgos propios, como lo hacemos a cualquier otra etiqueta que le ponemos a otra persona. Yo soy abogada, tú eres jardinero. Tener todo claro en cajitas, nos da seguridad, no hay amenaza.

Meterse en una cajita nueva… pues eso, requiere de asumir muchas cosas o, lo dicho, de hacer un duelo.

Si ya no nos gustan los cambios de etiquetas… Imagina un cambio de identidad completo.

 

Ahora, un año más tarde del comienzo de ese duelo, ya “me siento yo”.

Una nueva “yo” que estoy conociendo, que en esencia sigue siendo la misma “yo”, pero el camión de mierdecitas está en proceso de vaciado.

 

Por eso, mi invitación para ti, es que revises tu camión de mierdecitas, o tu trailer, o tu patinete. Lo que tengas. Que evalúes lo que es mejor dejar atrás. Que hagas un detox de gente, roles, tareas, responsabilidades, modus operandi y qué revises qué quieres llevarte (y qué no) a tu Nueva Era.

Mucho se habla de libertad. Financiera, de horarios, de viajar.

Lo que yo buscaba, es quitarme de cargas que no me servían ya. Liberarme de espacio mental, para desarrollarme y crecer hacia dónde a mí me nace, no hacia donde la sociedad de dicta.

Y esta, Change Maker, es la libertad de verdad.

Deja un comentario