Mi mundo se rompió en trocitos

En 2008, me gradué en la universidad.

Históricamente hablando, no se me ocurre un peor año para entrar en el mundo laboral en lo que va de siglo.

Como muchas personas de edad parecida a la mía, accedimos a nuestros estudios superiores con promesas de bonanza, de estabilidad y de progreso asegurado…

… pero, para cuando nos graduamos, de ese mundo ya no quedaba ni rastro.

Ese caminito lineal que nos habían “vendido”, en el que estudias mucho, sacas buenas notas, optas a una formación “con salidas” y con todo ello consigues un trabajo bueno, bien pagado y estable, había dejado de existir.

Solo quedaban algunos trocitos rotos entre las brasas a los que mucha gente se agarraba, tratando de que todo volviese a ser como antes.

Y, como ya sabemos ahora, nada volvió a ser como antes.

Se inauguró la era de lxs mileuristas.

La precariedad empezó a estar a la orden del día, en las conversaciones, en las decisiones y en el ánimo.

Si bien la incertidumbre siempre ha existido, en 2008 se empezó a materializar esa idea de que la mayoría de la gente íbamos a vivir peor que nuestros padres.

Yo misma recuerdo haberme peleado por que me aceptasen a mí como becaria NO remunerada en alguna parte.

Y digo pelear, porque no estaba yo sola ahí fuera tratando de encajar en algún sitio, como fuese, y dejando el tema económico a un lado.

No era la única que había asumido que no iba a ver de cerca ni un solo billete por una buena temporada.

“Trabajo gratis, pero al menos, cojo experiencia de lo mío”, era el mantra compartido habitual.

 

En mi caso personal, algo se rompió dentro de mí en aquellos años de tanta decepción.

Poco a poco empecé a cuestionarme todas las ideas que me habían venido dadas, por la sociedad, por el sistema y por la cultura.

Esos supuestos pasos “lógicos” para tener un “buen futuro”, de repente ni eran lógicos ni eran garantía de nada.

Ese fue el origen de cuestionarme, a diario, el status quo.

De darme cuenta de que todo es relativo.

De que hay muchos dependes.

De que no hay un único caminito.

 

Han pasado exactamente 17 años desde 2008.

Y es ahora cuando me doy cuenta de que aquella ruptura de esquemas tan heavy, cuando el mundo tal y como lo conocía había dejado de existir se convirtió en el principio de una especie de “renacimiento”.

Así que digamos que, estoy casi casi viviendo mi mayoría de edad.

 

 

Lo que se rompió en la veintena, se hizo polvo en la treintena

 

Mañana cumplo 40 años.

Es algo que no proceso, porque en mi cabeza sigo pensando que tengo 15… pero el DNI no engaña.

Cuando comento que estoy a punto de pasar de treinteañera a cuarentona, me llama mucho la atención que la gente me da ánimos.

Casi como una especie de pésame.

Quienes son más optimistas, me dicen que esté tranquila, que “no es para tanto”.

Y me resulta curioso porque, efectivamente, me siento como cumpliendo mi mayoría de edad.

Me siento mejor que nunca.

Aunque ha sido todo un challenge llegar hasta aquí.

Si la veintena rompió todo mi mundo y cualquier idea preconcebida que pudiese tener sobre la vida tal y como me la habían contado…

la treintena no es que me haya dejado aprendizajes, sino que arrasó con todo.

Yo estaba en mis 20 con mis trocitos, tratando de unirlos de alguna manera, pero llegaron mis 30 para decirme que no había que reubicar los trocitos, sino que tenía que usar piezas completamente nuevas para crear algo en terreno inexplorado.

Si pensaba que mis peores desafíos mentales y emocionales habían pasado en 2008, ahora me entra la risa floja.

Un burnout, varias rupturas y algunas reinvenciones más tarde puedo confirmar que soy una persona completamente distinta hecha de piezas modeladas desde cero.

Tal y como está el patio, con estos tiempos de inestabilidad que estamos viviendo, tenemos esta tendencia de querer agarrarnos a algo, de que el futuro sea (o parezca) menos incierto.

Y el único mecanismo que conocemos para “asegurar” cosas, es el control.

Algo que, muchas veces, lleva a tratar de forzar quedarnos como estamos.

Por si acaso.

Pensamos que nunca vamos a encontrar un mejor trabajo, a ganar más dinero que el que ganamos hoy, o a encontrar otra pareja que nos aguante.

En cambio, como casi cuarentona que lleva ya un tiempo montada en esta montaña rusa, puedo confirmar (y confirmo) que las cosas siempre pueden ir a mejor.

Aunque ahora miremos a nuestro alrededor y pensemos que no.

O lo veamos negro y tengamos una nube mental del copón.

No solo sobrevivimos, sino que si dejamos un poco a un lado ese control obsesivo, surgen cosas inesperadas que florecen.

Mucho mejores, más alienadas contigo, y lejos de cualquier dogma o mandato social.

Quizás hayas perdido los trocitos de tu anterior realidad, o igual empiezas a vislumbrar alguna brecha.

Pero en ese espacio mental de “bueno, voy a poner mucha conciencia en a ver qué pasa y qué puedo sacar de todo esto”… es precisamente dónde surgen las nuevas piezas con las que vas a crear una vida con tus nuevas premisas.

Unas tuyas, y de nadie más.

Unas guías con las que construir un nuevo escenario que, hoy, quizás ni me imaginas.

Siempre va a ir a mejor.

Como señora mayor que oficialmente ya soy, puedo decirlo claramente.

 

Happy birthday to me!

 

 

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