Este mes de noviembre ya hay mucha menos gente en mi gimnasio (si comparamos con septiembre).
Toda la multitud que se apunta con ganas de “empezar bien el curso” ya, para finales de octubre, tienen la motivación deshinchada.
Es normal.
Porque los cambios molan.
Proponerse que a partir de ahora “todo va a ser diferente” o que “quiero empezar a hacer xx” o “voy a mejorar yy” es algo que mucha gente quiere (queremos).
Es humano querer evolucionar y da muchas ganas buscar mejorar algo.
Lo dicho: a todo el mundo le gustan los cambios.
Entonces, ¿por qué muchas veces no llegamos a formalizar esos cambios?
¿Por qué a las 4 semanas de darle a las sentadillas tiramos la toalla?
Pues porque, como digo, a todo el mundo nos gustan los cambios, lo que no nos gustan son las transiciones.
Las transiciones son incómodas, están llenas de retos y de peajes que pagar.
El camino tiene sus altos, pero también muchos bajos, momentos en los que decae el ánimo y aparecen obstáculos que, muchas veces, parecen insalvables.
Es por eso que a la sentadilla número 50, ya no puedes más.
Porque pensar en el cambio mola, pero sostenerse en lo incómodo, no mola nada.
Sin embargo, son los “hacedores” los que normalmente avanzan, no la gente que solamente planifica o sueña en voz alta.
Tiene sentido, ¿no?
Son quienes vuelven al mes, y al otro mes al gimnasio, los que desarrollan masa muscular.
Son quienes mantienen el foco en el camino, los que crean un negocio solvente.
Son quienes comunican con coherencia en lo que creen, los consiguen que cale su mensaje.
Es decir, son quienes aguantan las incomodidades del proceso, los que consiguen avanzar hacia los cambios reales.
Todo esto, así en general.
Pero si, además, si hablamos de gente muy inquieta, multipotencial, con muchos intereses y que aprenden de manera constante de 1000 cosas para unir los puntos…
…además, la cosa trae otro hándicap.
Ese bloqueo que nos produce la transición, esa incomodidad que decimos, también viene con el sobreanálisis que provoca pensar que tienen que casarse con una única cosa para siempre.
Que si quiero hacer tal o cual cambio, o pivotaje, es porque va a ser “el bueno”.
Sin embargo, en el fondo, saben que nunca lo es.
Y justo ese es el problema.
Boda, pero con separación de bienes
El tema de tener que elegir algo a lo que dedicarse, ha traído de cabeza a mucha gente.
Esa presión por escoger algo, hace que pensemos que, de hacer un cambio profesional, más te vale que sea “el definitivo”.
Que te decidas de una vez, vaya.
Que te cases con algo.
Porque no tenemos cultura de montar y construir proyectos.
La tenemos de elegir una profesión y tirar con ella hasta el final.
Y es un dilema con el que he estado lidiando en estos últimos meses.
Que llevo un tiempo queriendo apostar fuerte por ayudar a Marcas Personales con su comunicación con tooooodo lo que me he estado formando (y por haber creado la mía en 2009).
Y ese “cambio” (que simplemente consiste en aumentar servicios) me ha tenido rayadísima.
Porque lo habitual no es que cambiemos, o evolucionemos y ya veremos qué nos trae ese camino.
Lo más frecuente es pensar que nos vamos a meter en una de esas transiciones incómodas para empezar de cero.
Y que, luego, a ver cuánto te dura antes de interesarte por otra cosa, o meter otro servicio, o cambiar totalmente de tercio.
Porque todo lo vemos como forzarse a casarse con algo con lo que no podemos decir con certeza que será el amor de nuestra vida.
Es no creer en los “para siempres”.
Tener miedo a meternos en todo ese trabajo para que al final nos “vibre” otra cosa.
Buscar ponernos una etiqueta que nos va a picar en el cuello.
Y, en todo esto, he encontrado algo que sí me ayuda a navegar en la incomodidad generada por no querer casarme con nada:
El hecho de que, cuando hablo de lo que hago ahora mismo, digo “me dedico a xxxxx” y, dentro de mi cabeza, me digo “de momento”.
El demomento me reconcilia con los cambios, con las transiciones y con mi manera de ser.
Con el hecho de que hoy estoy construyendo algo que, para mí, tiene todo el sentido, pero que durará mientras tenga que aportar en ese ámbito y haya gente interesada en que le ayude.
Es algo que me da paz porque me lleva a legitimar mis intereses y mi propia evolución.
Porque es justo eso, no es empezar de cero, nunca lo es.
Es evolucionar.
Apostar por tus ideales.
Avanzar.
Y eso, es así… de momento.
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