Vivimos en la época de mayor acceso a la información de la historia y, aun así, tenemos la capacidad de leer, como mucho, medio párrafo antes de despistarnos.
Y bajando.
No profundizamos en los temas, sino que nos recreamos en nuestros cómodos y reconfortantes vacíos.
Alimentamos nuestra dispersión cerebral con grandes ingestas de vídeos de perretes tocando el tambor, rumores sobre la nueva pareja de Rosalía y memes de la última estupidez que se dijo en el Congreso.
El mundo está perfectamente estructurado para que seamos una panda de borregos con escasa tolerancia a la frustración.
Y me incluyo, no te vayas a pensar.
Hay muchas cosas que no nos gustan, pero mientras tengamos la fibra on point, el repositorio de Netflix actualizado y una bolsa calentita de UberEats en la puerta, tampoco nos vamos a poner quisquillosos, ¿no?
Sí, hay muchas cuestiones mal en el sistema.
Farmacéuticas a las que le interesan que enfermemos para vendernos medicinas, una industria de la alimentación que nos crea adicción al azúcar y un sector tech que tiene como finalidad mantenernos enganchados/as a sus apps.
Esta zombificación que estamos viviendo, me preocupa.
No tanto por ver cómo la sociedad se adormece (que obvio que también), sino porque veo que es una situación que se empieza a normalizar.
Ya se ve claramente como nos manipulan descaradamente, y nosotros/as como que se lo ponemos en bandeja de plata.
Se está dejando de cuestionar muchas cosas, de dialogar.
Estamos más polarizados que nunca.
Estamos dejando de sacar temas complicados porque… pues eso, son incómodos de tratar.
Estamos evitando enfrentarnos, no sólo a nuestro contexto, a la falta de ética o a los mensajes tóxicos… sino a los retos de la vida en general.
Buscamos el calorcito, lo conocido.
Lo de decir que “este año va a cambiar todo” y “ahora sí que me arriesgo”, pero con la boca pequeña.
Con la intención de que todo cambie, pero sin que me toquen lo que tengo ahora.
Queremos solo las partes buenas de las cosas, sin aceptar que cada decisión, tiene un marrón asociado.
Si escoges emprender, viene con su marrón.
Si escoges vender de una forma determinada, viene con su marrón.
Si escoges tener mascota, viene con su marrón.
Pero lo queremos todo.
Todo lo bueno, claro.
El resultado es el que ya conocemos: una masa de gente, reclamando pasos sencillos, fórmulas mágicas y recetas universales.
Es el caldo perfecto para los timos: pastillas adelgazantes, mentorías con 3 sencillos pasos para el éxito y crece-pelo instantáneo.
Porque, recuerda: no pueden manipularte si no hay una idea preconcebida de algo en tu cabeza. Juegan con tu esperanza, tu dolor y tus miedos. Siempre.
No pasa nada: para cuando las soluciones rápidas no funcionen, ya te harán creer que la culpa es tuya, que no te has esforzado lo suficiente, que no lo querías lo suficiente o que, en general, no eres lo suficiente.
Y te vuelves al sofá, a revisar Netflix y a decidir si hoy pides pizza o hamburguesa.
¿Sabes ese proyecto o línea de negocio (o lo que sea) que llevas posponiendo tanto tiempo?
Si vale la pena, no lo vas a sacar ni rapidito ni fácil.
Lo vas a sacar con intención, con dedicación y empleando tiempo de calidad. Es decir, con foco real en ello. Con curiosidad y con concentración.
Ya te digo que esto, no te lo da el “método guachupichu de 3 pasos”.
Pero esa es la verdadera productividad. No es hacer más cosas en menos tiempo.
Es comprometerse a pesar de las adversidades.
Es conseguir elegir un proyecto que crees que vale la pena porque aporta valor y centrarte en él al máximo aceptando los marrones poco apetecibles que trae con él.
Con esa energía, créeme que tu foco y productividad tendrá una potencia que nunca antes has visto.
Si parece que estoy cabreada, es porque lo estoy
Que nos quede claro: si estamos zombificados/as y tras la búsqueda de lo fácil e indoloro… es porque interesa.
Un sistema que adormece a las masas, que las lleva a conformarse, no es nada nuevo. No es de la vida moderna.
Esto pasa desde la Antigüedad, la Inquisición o la Revolución Industrial.
Cada época, a su estilo.
Efectivamente, hoy en día hay una parte que es todo un problema sistémico y, hasta que nos pongamos de acuerdo para rebelarnos y cambiarlo, ahí seguirá.
Como ciudadanía y como consumidores/as.
A mí, lo que de verdad me produce dolor de hígado, es la cola que trae eso, que son las soluciones simplonas a problemas complejos.
Soluciones de frase de taza feliz.
Seguro que sabes a qué me refiero porque las redes están repletas de ellas y suman likes que da gusto.
Tratamos de resolver problemas complejísimos, que tenemos que enfrentar cada día, como sociedad y como emprendores/as, con un consejo superficial, que perfectamente puedes encontrar dentro de una galletita de la suerte.
Cada día, tú, yo, y cualquiera que tenga un negocio, tenemos retos delante en los que influyen 400 variables. Muchas de las cuales, no controlamos.
Y, las tuyas, son distintas a las mías.
Porque tu situación es distinta a la mía, y tus recursos, y tus habilidades. Para bien y para mal.
¿Cómo vamos a tratar de resolverlo de la misma forma simplona? Es absurdo.
Pero estamos acostumbrados/as a lo otro, a no tener tolerancia a la frustración cuando las cosas no salen fácil, a los pasos sencillos, a que me digan lo qué tengo que a hacer, sin fisuras. Y que no duela, por favor.
Como te podrás imaginar, no critico esto sin haberlo vivido. Ya lo comentaba antes, es un tema sistémico. Por eso me indigna tanto.
Y por eso creo que esta forma superficial de funcionar que estamos normalizado, no nos va a llevar muy lejos, como individuos, y como colectivo.
Porque, al final, reflexionar, profundizar y cuestionar, requiere de intención, tiempo y dedicación.
De hacerse preguntas sin respuesta obvia y de sumergirse en situaciones incómodas.
De encontrar revelaciones que igual no nos gustan, o nos rompen dogmas que, uf, destrozarían mi ego y mi identidad.
Ninguna pregunta que valga la pena responder, va a responderse en una frase que quepa en una taza.
Ni en 10 minutos de “mentoría”.
Ni en un párrafo de algo que supuestamente dijo Einstein.
Todas las preguntas importantes para ti, se responden adentrándose en la incomodidad que da cuestionarte tus ideas, creencias y juicios.
Esa actitud, te da un foco tan poderoso que, desde ahí, sí pueden cambiarse las cosas, porque nos pone a trabajar tras unas metas bien fundamentadas.
Para mí, la verdadera productividad es eso: saber qué es importante para ti, atreverse a mojarse, decidir qué es lo que vas a crear de valioso para las demás personas y eliminar cualquier dispersión o canto de sirena que aleje del camino y que te lleve a pensar que hay algún tipo de atajo libre de marrones y cuestionamiento.
Una Nueva Era está en camino. ¿Te sumas?
Si quieres mantenerte al tanto de todas mis publicaciones apúntate a mi newsletter aquí