Hace hoy exactamente 4 años y 2 meses, acababa el confinamiento en España.
Exactamente 100 días más tarde de que nos encerrasen en casa, pudimos comenzar esa etapa llamada “nueva normalidad” en la que había que acostumbrarse a la mascarilla y a estornudar en el codo.
Si echas la mirada atrás, quizás te pase como a mí, que tienes un recuerdo vago y borroso de todo aquello.
Pero dentro de lo traumático de toda aquella situación, yo sí recuerdo con claridad una cosa:
Nos prometimos que íbamos a salir mejores.
La gente repetía mucho esto de “esta situación nos va a unir más”.
Había cierta presión subyacente a que, ya que estábamos parados, era el momento perfecto para hacer introspección y tener algún tipo de revelación divina.
Encontrarse a uno/a mismo/a.
Sentir algún tipo de iluminación.
Estar en contacto a golpe de clic, hasta con tu tía abuela la del pueblo, quien de repente usaba zoom, nos daba una falsa ilusión de unión profunda.
“Estamos más conectados que nunca” se decía.
Sin embargo, esa situación excepcional en la que toda la humanidad a la vez, pasábamos por la misma situación sin importar la procedencia, no hizo más que sacar a la superficie el egoísmo propio del sálvese quien pueda.
No hubo ni iluminación divina, ni perduró la conexión.
Una vez se abrieron las puertas de casa, todo volvió a acelerarse, igual que antes.
Correr hacia todas partes, producir a tope y pararse a pensar, más bien poco.
En mi caso personal, la pandemia fue la chispa de un burnout que llevaba cociéndose a fuego lento desde el verano de 2018.
Yo no salí mejor del 2020, salí como un zombie apaleado hasta que, unos pocos meses más tarde, peté del todo.
3 años de olla a presión al fuego, hizo que todo explotase.
Y, créeme: es la mejor experiencia que he tenido en mi vida.
Le debo mucho, pero mucho mucho, al burnout
Siempre digo que, crecer, es doloroso.
Como un/una adolescente cuando pega el estirón muy rápido.
Pero también creo que es más doloroso quedarse en una situación de mierda sin “atravesarla” para salir, como sea, a encontrarse con lo que hay al otro lado.
Y, sí, hay situaciones de esas de mierda por las que pasé, que me rompieron tanto los esquemas y la vida en general que, si lo pienso, me emociono y todo por lo agradecida que estoy por ellas.
Por ejemplo:
🔥 Personas que desaparecieron: en mi momento de echar freno de mano y parar del todo, hubo personas cercanas que causaron baja. No lo cuento desde el resquemor, lo cuento desde el punto de que, a veces damos y damos, por complacer (o por lo que sea) y, otras, porque la gente se acerca a ti con fines utilitaristas.
Me sirves para X, me interesa tenerte cerca. Ah, ¿qué estás mal y no puedes cubrir la función para la que te quería? Chau!
Gracias burnout por ayudarme a reubicar personas, aunque haya sido doloroso.
🔥 Decisiones equivocadísimas: mirar al pasado (y al presente) y asumir y responsabilizarse de los cientos de decisiones estúpidas que tomé… probablemente haya sido lo más doloroso de todo. Durante meses me he dado látigo al pensar “qué pérdida de tiempo fue esto y lo otro”. Cuando te cae el velo, ves claramente todo el estrés inútil y el sacrificio innecesario.
Ahora lo veo como errores súper valiosos que, a su vez, me dotan de valor a mí como persona para ayudar a otrxs desde un enfoque más auténtico.
Gracias burnout por mostrarme la cara brillante de los errores.
🔥 Estar súper perdida: pasé un montón de meses que no sabía ni por dónde me daba el aire, ni cuáles serían los próximos pasos. Básicamente, no sabía lo que quería. Es frustrante, pesado y paralizador. Más, si cabe. Perderse te mete en un agujero vacío.
Pero, en ese vacío, si tienes paciencia, en algún momento nacen brotes, hojitas que se convierten en plantas, y luego en flores. Si te mantienes ahí, y no buscas correr a llenar el agujero (otra vez) con cualquier cosa, las respuestas acaban llegando.
Gracias burnout por crear espacio en el que pudieron surgir mis verdaderos valores.
La lista es más larga.
Porque también hay temas de salud física, paz mental, productividad o verdades absolutas que he replanteado desde cero.
Ha sido un largo proceso del que aún estoy integrando aprendizajes, y me siento agradecida porque ese tsumani haya arrasado con TODO tal y cómo lo conocía.
Esa chispa que prendió fuego a todo en la post-pandemia es lo mejor que me ha podido pasar.
Por fuera, ya sé que si me ves parece todo igual.
O parecido.
Pero te aseguro que ahora que se fue la pupita, desde dentro veo el mundo muchísimo más brillante.
No hemos salido mejores de la pandemia.
Somos cada vez más consumistas, más egoístas y seleccionamos personas para nuestro uso y disfrute como quien está eligiendo el supermercado.
Nos evadimos cada vez más de lo que nos pasa.
Vamos en piloto automático más que nunca.
Porque crecer duele, es incómodo y cero agradable.
Así que, de momento, somos una sociedad infantil y caprichosa.
Nos hemos quedado en “el sálvese quien pueda”.
Pero yo, como persona extremadamente idealista que soy, tengo esperanza.
Espero que haya distintas chispas que incendien vidas enteras, con fuegos que ayuden a replantearse las cosas.
A repensar qué estamos haciendo.
Que no tenga que llegar otra pandemia para que nos paremos y nos cuestionemos el status quo.
Que gracias a gente como tú, que aportas valor, que te mueves desde lo más auténtico, se impacte en la vida de las personas… para bien.
Que abramos conversaciones sobre lo que realmente importa.
Creo que mucho se habla de las tendencias de peinados para el 2024 o del último fichaje del Real Madrid, y poco de cómo queremos trabajar a partir de ahora.
Como no nos unamos para reconstruir el mundo, y como no lo hagamos rápido… estamos vendidos.
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