Cómo saber cuándo arriesgarse y cuando no

Imagina que estás dentro de un barco.

En un velero.

Lo tienes amarrado en el puerto, porque lo estás llenando de provisiones.

Todo lo necesario para irte de exploración un tiempo, para descubrir nuevos mundos, avistar animales desconocidos para ti y ver qué nuevas oportunidades aparecen.

Cuando estás ahí, en puerto seguro, donde no hay nada de lo que preocuparse, todo está bien a nivel “seguridad”.

Sin embargo emprendes esa expedición, precisamente porque te nacen las ganas de saborear la libertad de estar en mar abierto, de degustar nuevas aventuras que puedan darse fruto de soltar las amarras.

Una vez sales y surcas las aguas, empiezan los desafíos: repartir las provisiones, hacer maniobras cuando hay temporal o permanecer ojo avizor cuando se acercan piratas.

Pero aaaaaaaayyyyyyy… esa sensación de libertad cuando te da el viento en la cara, es impagable.

En puerto seguro, tienes provisiones (ingresos, ahorros, trabajo recurrente…)

Aunque no vives la evolución propia de la exploración de nuevas tierras (hacer cosas nuevas para ti y quizás más alineadas con tus intereses.

En mar abierto, investigas caminos, llegas a nuevos puertos donde conoces otros marineros que te cuentan sus interesantísimas historias y te desarrollas con oportunidades novedosas para ti.

Pero no tienes la seguridad de que una ola no te vaya a romper una vela, y tienes que usar con cuidado las latas de conserva que te quedan disponibles.

Entonces… ¿puerto seguro o libertad en mar abierto?

Es la eterna paradoja de los seres humanos.

 

Por un lado, tenemos la necesidad de seguridad y estabilidad.

Por el otro, la de tener libertad, exploración y evolución.

 

En una parte, queremos pertenecer, tener rasgos comunes a un colectivo.

En la otra, buscamos ser diferentes.

 

En un polo, está el terror de perder el sostén.

En el otro, el de perderse a uno mismo.

 

Y tú me dirás… Claro, pero es que lo que hay que hacer es buscar un punto de equilibrio entre las 2.

Hace 3 años, antes de mi burnout, te hubiese dicho que sí.

Ahora mismo, te digo sí pero depende.

 

Todo depende de la meteorología

 

A lo largo de todos estos años, en los que he hablado a diario con cientos de profesionales, he visto muchísimas veces que la mala gestión de esta paradoja es lo que les (nos) mantiene en modo estancamiento permanente.

 

Cuando la necesidad de control y seguridad tira más, nos encontramos…

Personas que son ya autónomas, con un cliente fijo que les paga muy bien, y al que odian. Les encantaría tener otro tipo de proyectos pero…

¿Cómo voy a dejar esa seguridad? Me niego.

Personas por cuenta ajena con trabajos que ni fu ni fa, que quieren emprender desde hace 10 años (o más a veces) pero…

¿Cómo voy a renunciar a ese sueldo y bajar mi nivel de vida? Me niego.

Vamos al otro lado, necesidad de libertad total…

Personas que tienen un negocio que no funciona, que ya se han gastado miles de euros en cursos y mierdas varias pero…

¿Cómo voy a volver yo a tener jefe? Me niego.

Personas que están pivotando de actividad en su empresa, cosa que lleva su tiempo, que van fatal de pasta, pero…

¿Cómo voy a seguir con ese cliente que “no me llena”? Me niego.

 

Una paradoja interesante.

No hay una única respuesta correcta a ninguno de los símiles anteriores, depende de 1000 variables, de quién sea la persona y su contexto personal.

Porque hay contextos personales jodidos, eso es innegable.

 

Lo chungo de esta paradoja, no es si me voy más para un lado o para el otro.

Porque, aunque toda persona viviente tiene los 2 polos, cada cual tira más hacia un lado, dependiendo de las circunstancias.

El problema está en cuando queremos 2 cosas a la vez que son incompatibles.

 

Cuando estamos en altamar pero nos cabreamos y rechazamos que haya olas grandes.

Cuando estamos en puerto y nos molesta que todo sea aburrido y previsible.

Cuando necesito tiempo para desarrollar mi proyecto, pero no estoy dispuesta a ingresar un euro menos. Quiero las 2 cosas.

Cuando el negocio no funciona y necesito pasta, pero mi orgullo me impide bajarme de un proyecto que considero “ideal”. Quiero las 2 cosas.

 

Y no estoy dispuesta a renunciar a nada.

No te imaginas la de peña estancada que he conocido así.

Estancada y, algunos/as con arrepentimiento por haber dejado pasar tanto tiempo.

Que nunca es tarde, pero siempre les queda la espina de… ¿y si hubiese cambiado antes de planteamiento?

 

Mi historia, seguro que ya la conoces

 

Me iba súper bien (en términos de estabilidad y económicos) trabajando en el mundo corporate, pero como tenía ganas de “mar abierto” por mucho tiempo pensé que las 2 cosas eran compatibles.

Forzaba para que fuesen compatibles.

Pero los proyectos en los que estaba metida, me quitaban tanto tiempo y energía, que la aventura nunca arrancaba.

Pasaron los años.

Y tuvo que llegar el burnout para decirme alto y claro todas las cositas que yo había tratado de no oír.

Eso fue lo que me empujó al mar abierto pero no con barco, sino saltando en bomba con tan solo un flotador de patito.

No es que todo el mundo tenga que quemarse para gestionar la paradoja, o que no se pueda explorar mientras se tiene estabilidad.

Porque sé que se puede.

Lo sé ahora.

Lo que sí creo es que, en ciertos momentos, toca bajarle a uno de los polos.

Si necesitas pasta imperiosamente, se puede currar de forma temporal en algo y juntar, para seguir con el proyecto principal.

Si pasan los años en un trabajo que no es lo tuyo y no tienes tiempo de apostar a saco en construir algo nuevo, valora si puedes bajarle a tu estilo de vida y apretarte el cinturón por un tiempo.

 

Es algo que me llama la atención cada vez más, lo de quererlo todo sin querer renunciar a nada.

Más aún: querer todo lo bueno, sin renunciar a nada y sin las cosas malas que traen esas elecciones.

No podemos luchar contra nuestra naturaleza humana, pero sí creo que, siendo más conscientes de este tipo de cosas, podríamos dejar la pelea, salir del estancamiento y tomar mejores decisiones, no solo para nuestro futuro, sino (sobre todo) para nuestro presente.

 

 

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