Cómo gestionar una pila de frustración

Llevo un par de meses en los que algunas áreas de la empresa se me están haciendo un poco bola.

Por eso me tocó hacer un poquito de reflexión y de autocrítica.

Porque, si miro atrás, hay fallas en el sistema que nacen de automatismos y preceptos sociales que, en mi opinión, no vienen a cuento.

Lo que pasa es que están tan incrustados que saltan de vez en cuando.

Y es que una empresa (y la vida en general) nos pone delante 2 grandes melones que muchas veces nos impide que lleguemos a algún tipo de realización profesional: la frustración permanente y la insatisfacción crónica.

Son 2 de esos automatismos que nos saltan a veces.

 

De alguna forma, nos frustramos porque pensamos que “merecemos algo”.

Alguna gente lo piensa porque sí, porque el mundo se lo debe.

Otra, lo piensa porque, como se está esforzando mucho, pues eso tiene que ser compensado.

Y, luego, estamos el resto, que nos frustramos cuando las cosas no salen a causa de muchas variables, sean externas, internas o un mix.

Por otra parte, la insatisfacción perenne perdura a base de “querer siempre más”.

Quizás también bajo esa premisa de que alguien nos debe algo.

O de que lo “normal” es que crezcamos sin fin, todo el tiempo, como buenos hijos/as del capitalismo que somos.

No deja de sorprenderme que estos 2 puntos (frustración e insatisfacción) beban de que estamos inmersos en una sociedad súper infantilizada.

Porque el mundo no está diseñado para contentarnos sin fin, ni para ponernos las cosas fáciles.

El mundo está hecho como está hecho y nadie nos debe nada.

Que vivimos en un escenario de incertidumbre es la naturaleza de la vida en sí misma.

Pero, ¿cómo saber cuando, además de navegar en las olas de la incertidumbre, también nos estamos dejando llevar por dogmas que no son?

 

 

El autosabotaje ataca de nuevo

 

El titular de estos meses, para mí, es ese: hay cosas que se me han hecho bastante cuesta arriba.

Pero, en la historia completa, debajo de esa piedra de frustración, con la que te has tropezado hay perlitas de aprendizaje.

Muchas veces, un tanto dolorosas.

Perlitas que no te encuentras si te encariñas con la piedra y tratas de quedarte a vivir en ella.

Sino que salen si la levantas y exploras qué hay para ti en esa hostia que te has pegado con ella.

¿Qué es lo que pasa? Que puedes ver qué hay debajo, no gustarte, ponerle la piedra de nuevo encima y hacer como que lo lo has visto.

Pero, también es verdad que una vez que lo has visto… ¿cómo haces para volver a no verlo?

No puedes.

Por eso te cuentas milongas, a veces trascendentales y de una naturaleza superior, y, otras, explicaciones súper racionales con toda la lógica que no dejan de ser una patraña más.

Lo cual, genera más frustración y más insatisfacción.

En distintos momentos de los últimos meses, me he sentido muy impostora sin razón aparente.

Lo de “sin razón aparente” el la pieza clave donde sabía que tenía que profundizar.

Porque es muy fácil (y está de súper moda) ser “vulnerable” y admitir que te pasa eso, pero no sirve de mucho si no “te enfrentas” a eso.

Porque, si te sinceras 100%, y te hablas con la verdad de frente, tú sabes lo que tienes que hacer.

Puedes posponerlo hasta el infinito si quieres.

Puedes elegir autoengañarte.

Puedes hacer como que no has visto nada.

Pero sabes de sobra que es todo una milonga que te cuentas para escurrir el bulto.

En mi caso, debajo de esa frustración, había muchos frenos que me estaba poniendo a mí misma, sobre lo que podía o no podía hacer.

Por eso, estoy usando esas 2 cosas como gasolina para hacer algunos cambios que, aunque serán todo un reto, pero creo que valdrán la pena.

Tolerancia a la frustración le llaman…

Y, en cuanto a la insatisfacción… creo que también le estoy pillando el punto.

En lugar de verlo como “no llegar al objetivo” lo estoy viendo más como qué puedo hacer de forma concreta y tangible para que lo que no me cuadra sea un reto para mejorar.

Y ahí, es donde creo que está el verdadero crecimiento.

 

 

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